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lunes, 6 de abril de 2009

Nacimiento y muerte de una religión en cosa de una hora

HAHA suena tan serio el título... Esta es la historia de un conejo que tuvo sus 15 minutos de fama.

El día que tuvimos examen de genética de poblaciones, resultó ser también el día hippie. Yo, debo admitir, estaba todo menos preparada para esa fecha, por lo que en la mañana llegué apuradísima y luciendo por demás normal (camisa gris, pantalón azul). Tras salir magullada pero feliz del examen, fui con Huicho y Beto en busca de flores para colocar en mi cabello. Del cuello para arriba, lucía hippie. Regresamos para tomar una videoconferencia con el abuelo suizo, y salí por demás frita. Mi cerebro estaba tan reducido y quemado como el de Norbert (sí, el de los Angry beavers) cuando se tomó la malteada de jalapeño. Al salir, me encontré con el pequeño Paz.

El pequeño Paz es el epítome de la tranquiilidad y alegría. Siempre amable, fue él quien inició todo eso del día hippie... y fue él quien, con la envoltura de un conejo de chocolate (que él me regaló) hizo un minúsculo conejito, al cual le tomé cariño automáticamente. Originalmente, ese conejito iba a ser mi salvador al momento de llegar la (en esas circunstancias, inevitable) dispersión de clase de diferenciales... pero el destino tenía otros planes para ese conejo y para mí. Con el espíritu hippie en nuestros corazones y el cerebro aún batido, el Clan del Mal huyó a disfrutar del mundo exterior.

Paz y yo jugamos badminton, y los demás ping-pong extremo-master-místico o algo así. Para poder jugar, yo dejé al conejín sobre la cámara fotográfica de Paz. Después de perder el partido (y por ende deber un chocolate), nos sentamos a platicar sobre cosas que hemos soñado. A media plática recordé la existencia de mi metálico amiguito, y lo fui a buscar...

pero no estaba.

¿Dónde se había ido?
No tardé en formular toda suerte de hipótesis, y al final, Paz y yo llegamos a la mejor conclusión: las hormigas cornobovinas lo habían visto y habían decidido llevárselo y convertirlo en su Dios. Busqué al pequeño, pero sencillamente no estaba. Con la imusión de que la shormigas le darían una vida cómoda, anandoné la búsqueda. La conversación fue divertida y la tarde hermosa. Antes de abandonar el recinto de felicidad que habíamos armado, Paz encontró al conejín. ¿Por qué no lo conservaron las hormigas? Sospecho que porque descubrieron que no era de oro, sólo dorado. Mejor para mí. Las hormigas se lo pierden.

1 comentario:

Narvalkiria dijo...

¡¡¡Salve Tochtli!!!