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sábado, 13 de junio de 2009

Anecdotatón 1. Sábado de Centro

Vacaciones. Por mucho tiempo, días dedicados a sufrir de una u otra forma. Días en los que el ocio aplastaba a la inspiración y el cold turkey de la procrastinación despertaba aspectos poco agradables de mi naturaleza... ¿o no?

Aparentemente, los dioses han decidido concederme un inicio espectacular de la temporada vacacional. Ha habido de lo bueno, lo malo y lo feo, pero cada día a partir del sábado pasado ha presentado algo de especial.

Entonces, comenzaré lo que espero se convierta en una larga serie de anécdotas vacacionales (hence, anecdotatón).

CAPÍTULO 1. SÁBADO DE CENTRO
Una vez más, la fuerza de la música atrajo hacia la feliz ciudad a gente que hacía tiempo no veía. El concierto de Metallica trajo consigo a Berlyboy, Lucy y David (hermano menor de Lucy). Dado que no sabía bien cómo estaban mis planes de fin de semana, invoqué incesantemente a Berly para que saliéramos el sábado. El plan: ir al centro a buscar aventuras.

Con escasa planeación, en cuestión de hora y media ya estaba yo en el metro, sin la más mínima idea de qué sucedería. No pude ocultar mi sorpresa al ver a Berly convertido en todo un ñor (bueno, not really... sólo me sorprendió lo serio y respetable que parece con su look de barba de candado). Los chicos necesitaron saber que no podían contar conmigo como guía, así que dependimos enteramente del mapa Lucy llevaba consigo.

Llegamos al zócalo y caminamos sin rumbo aparente, mientras charlábamos acerca de lo bueno de vernos, de qué podríamos comer y de cosas que llamaban la atención de los chicos. De entre estos detalles, creo que mi favorito fue el que involucra las escobas de los barrenderos. No tengo idea de qué ramas se usen para la fabricación de lo que a mí me parecían utensilios cotidianos, pero aparentemente no son populares en los remotos páramos de Mérida. Nos buscamos una comida corrida, y por el módico precio de $35 yo comí felizmente y hasta le robé arroz a Lucy, quien no dejó de sorprenderme por lo poco que necesita ingerir para mantenerse con vida. Después de eso, caminamos hasta llegar al museo del ejército.

En realidad, dicho museo es verdaderamente pequeñísimo. Mientras que Berly y David hablaban de juegos de video en lo que puedo calificar como un adorable despliegue de geekiness museo-inducida encontramos todo tipo de triques que iban desde lo groserito (como un arma de fuego que perteneció a Porfirio Díaz, que tenía decoraciones de oro y whatnot) hasta lo simpático (una espada corta con arma de fuego integrada). Empero, lo que más presente tendré es el cuidado con el que disectaron un par de armas, dejando cada parte con un número para buscar el nombre de la pieza correspondiente. Los resortes no eran nada sorprendente; los tubos tampoco. El encanto está en las piezas que quién sabe para qué rediantre sirvan. Piezas tan pequeñas como cuentas, que me agrada pensar son de vital importancia para que el arma no se convierta en alguna suerte de artefacto cuyo comportamiento fuera concebible sólo para quienes crean caricaturas al estilo de los Looney tunes.

Luego de darnos la vuelta por la tienda del museo (esta vez no me llevé ninguna suerte de souvenir), nos dirigimos hacia nuestro siguiente destino. Originalmente íbamos a ver la ya inmortalizada exposición de triques de tortura, pero el precio de la entrada nos desalentó. Luego los muchachos del grupo vieron con ilusión un letrero que decía "Museo de la Cerveza"... pero al asomarse se toparon con que sera un bar. Para estos entonces, Berly había pasado a su estado natural Schilleresco (Schiller dijo alguna vez algo asi como que las almas puras pueden amar, no respetar... lo cual me llevó a la conclusión de que mis amigos en general son almas puras hahahaha) y entre risa y risa, sonrojo y sonrojo, nos dirigimos hacia Bellas Artes. Gracias a la magia de las credenciales de estudiante, entramos gratis y vimos murales. Debo admitir que en realidad nunca he sido ni remotamente fanática de los murales. La temática usual que muestran nunca me ha llamado la atención, y el estilo rara vez ha captado mi interés. Sin embargo, en tan buena compañía, no pude evitar entontrar detalles que me hicieron salir del lugar con una sonrisa (aunque la mayor sonrisa surgió cuando una señora le dijo a Berly "sólo nacionales" cuando entregó su credencial... supongo que ella cree que al final sí se formó la hermana república de Yucatán). Lucy incluso interpretó de forma muy bonita un mural de Diego Rivera (y Berly se desilusionó al ver que la pequeña placa explicativa no decía nada ni remotamente similar a lo que la pequeña Lucy dijo).

Hubiéramos visto la exposición temporal también, de no ser porque se acercaba la hora de que yo volviera a casa, y el momento de que nos encontráramos con Psycho. Entonces, volvimos al metro. En algún punto misterioso del viaje en metro nos detuvimos para esperar al pequeño, quien llegó cansado pero triunfante a nuestro encuentro, proponiendo buscar alcohol. Me habría encantado acompañarlos por un par de cervezas, pero necesitaba volver a casa. Tras convencer a los chicos de que nos viéramos de nuevo al siguiente día, la compañía entera caminamos hacia mi casa. No me afligió que se perdieran porque Berly ya conocía más o menos el rumbo. Tras dormir una siestecilla, a eso de las 11 de la noche ya había recibido yo un mensaje: El domingo volveríamos a salir.

Lucy, si estás ahí, OH POR FAVOR SUBE LAS FOTOS A FACEBOOK!

1 comentario:

Unknown dijo...

Por fin!!
De menos las vacaciones y el ocio de empujan a actualizar este rincón abandonado...
Gracias por la historia...
Tristemente el ocio me hace pedir que la próxima vez no escatimes en detalles :)