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miércoles, 24 de febrero de 2010

Frigorífica Atrocidad

Atención, Incautos. Este espacio se ha consagrado como repositorio de eventos cuya sustancia envenena a quien no está versado en los usos y costumbres de quien venera a la inmundicia. Si usted desea enlodarse, ¡sea bienvenido! Revuélquese en esta pocilga.


Nuestro relato de hoy: 

FRIGORÍFICA ATROCIDAD 

          ¿Cuántas aves no han asaltado las más oscuras pesadillas de la humanidad? Oh, groseras criaturas de ojos cual canicas y picos desgraciados, ¡miseria emplumada! Disfrazados de inocentes idiotas, revolotean alrededor nuestro, guardando ensombrecedora podredumbre  donde  el tuétano debiera estar. 


Muy para nuestro detrimento, hemos tomado por costumbre desplumarlos, destazarlos y devorarlos como bestias hambrientas, ignorando que estos maliciosos esperpentos aguardan hasta el final para darnos un último golpe: un golpe mortal y de caracter pútrido. Sí, estos insulsos animales se deshacen alevosamente en nuestras bocas; nos ofrecen su insípida carne sabiéndose vectores de quién sabe cuántos males. Ni el frío de un refrigerador puede atenuar la furiosa intensidad de su perversidad. Al depositarlos en su helado recinto, se convierten en el bocado postrero que apacigua el hambre del descuidado, con un precio altísimo.
Tal es el caso de Ilsa*, una cándida criatura cuya tarde se tiñó de desventura  tras abrir el contenedor donde reposaba la pieza de Pollo que con tanto cuidado había preparado con semana y media de antelación.  Destapar el tupper era abrir una minúscula ventana al infierno, pero esto no era sabido por ella. La promesa de una jugosa, dorada y sazonada pechuga de pollo era suficiente como para motivarla a seguir su empresa hasta las últimas consecuencias. Había desatado la asquerosa intervención de un mundo supernatural.

Cómo fue que sus ojos no murieron espontáneamente sigue siendo un misterio, pues lo que vio fue un engendro que yacía en la esquina, pudríéndose hasta las entrañas, corrompiendo la atmósfera instantáneamente. Estaba cómodamente arropado por una afelpada cubierta verdosa. Dicha cubierta estaba por cierto moteada con una pelusilla de tonalidades pálidas y la ocasional mancha obscura. El Pollo permanecía estático, su tejido inconsistente enrareciendo el aire hasta convertirlo en un nauseabundo batido que atacaba sin clemencia cada receptor olfatorio de nuestra aterrorizada víctima. La hipnotizante imagen de decadencia robó un grito de asco de entre los ahora secos labios de la chica paralizada en una combinación de repulsión, sorpresa y odio por lo que sin querer había albergado.

A esto se añadía un sentimiento de suciedad que se adueñó de Ilsa, quien se sintió más que vil. Ella ahora era la asquerosa acompañante de una entidad no menos que demoníaca. Este sentimiento sólo fue superado por el reflejo vomitivo más cruento que usted, lector, pueda imaginar.

La presión ejercida por las estremecidas entrañas de Ilsa fue tal, que sus casi desorbitados ojos sufrieron hasta el extremo de teñirse con sangre. Pero tras esa vidriosa mirada se cocinaban pensamientos sobre el futuro. De repente, era claro que este era sólo el principio de un suplicio de proporciones dantescas que duraría tanto como la vida.  Necesitaba deshacerse del Pollo, y pronto. PRONTO. Así, con piernas tembolorosas, decidió correr en un esfuerzo por salvar lo que le quedaba de cordura corriendo hacia el bote de basura. 


Ahí estaba, ante el cilíndrico espacio que para ella era la salvación. Volteó el recipiente y... nada. Un líquido pestilente y ocre fue lo único que se escapó, cayendo al oscuro abismo. La gravedad, parecía, no era suficiente para contrarrestar la fuerza con la que el Pollo se aferraba al plástico que lo albergaba. A través de ese plástico, cabe mencionar, se podía observar un lixiviado de impactante viscosidad, opaco y de apariencia grasosa. La infame gelatina adhería la carne hedionda al Tupper con desesperación equivalente a la que Ilsa sentía. El reto máximo se alzaba ante ella, y ese reto consistía en arrancar de su sustrato al engendro... con sus propias manos. 


Acercó sus delicadas manos a la bestia, y sus uñas se fundieron en un abrazo cuya calidez provenía del proceso de putrefacción. Aún sabiendo que le esperaba una caída que significaba su fin, la abominable criatura liberó los últimos jugos que quedaban entre el tejido fofo e hinchado por la enferma satisfacción de profanar el minúsculo espacio entre la piel y las uñas de la desdichada mujer. 

Unos segundos después, el bote de basura ya contenía el repulsivo amasijo. Con un ahogado suspiro, Ilsa tomó la tapa y selló el ahora contaminado contenedor. Ahora, sólo tendría que lavarse las manos una y otra vez, hasta que la mancha se borrara de su mente. Cualquiera creería que ella podría abrir su refrigerador con tranquilidad... pero este relato no es para ese tipo de ingenuos. Cada vez que Ilsa abre la puerta del congelado reservorio de comida, un tufillo que hiela la sangre sisea: "volveré".    




FIN



* El nombre ha sido modificado para proteger la identidad de la persona en cuestión.

3 comentarios:

Narvalkiria dijo...

OH

SAGRADO

AZUL



[Wordless]

Narvalkiria dijo...

Tengo un pollo rostizado en el refri. Iré a ver que no haga alianzas con el Guten.

Unknown dijo...

Seguramente el Guten ya se lo comió, jijiji